19 junio 2011

¡HASTA EL PEPINO! Capítulo I: Pepino asesino.


Definitivamente, 2011 no era el año de la recuperación económica, tampoco el año del conejo como se empeñaban en mantener los chinos, 2011 era el año del pepino.

Pero, ¿qué había convertido a la más lasciva de nuestras hortalizas en buque insignia de nuestra no menos insigne nación? Razones escatológicas. Como era de suponer, pese a ser años tan felices, en aquellos diez, las deposiciones centroeuropeas seguían preocupando mucho más que las deposiciones africanas y frente a un pequeño número de víctimas de un nuevamente misterioso bichito, habían saltado todas las alarmas. El tal bichito se cobraba miles de vidas cada año en los países subdesarrollados, eso no era nada nuevo; lo que convertía aquella diarrea en noticia era que se trataba de una diarrea europea y, por lo tanto, venía dispuesta a atormentar nuestros acomodados traseros. Aquella diarrea sí resultaba del máximo interés. Y el principal sospechoso de semejantes desperfectos no era otro que nuestro pepino. El pánico se apoderaba del continente. No contentos con afear la foto al contar entre los miembros más pobres del club, de pronto enconábamos nuestros pepinos hacia sus indefensas y europeas posaderas. ¡El apocalipsis!

La reacción no se hizo esperar. Nuestros más nobles y democráticamente elegidos representantes (por una minoría, conviene recordar) no tardaron en tomar cartas en el asunto. No había en el país celebridad que no se sacrificase por la causa, llevándose a la boca un jugoso pepino. Las sección más conservadora, más “cuqui” y más teñida de rubio de nuestra clase política, peladito y a poquitos. La más garrula a bocaos y sin cerrar la boca al masticar. Cada uno a su manera y todos con la cámara delante que, ya se sabe, estas cosas, el electorado las recuerda.

Y así, todos a una y sin dejarlo caer por un solo instante, llegó el día en que el mundo entero tuvo que admitir que nuestro pepino ya no representaba una amenaza para nadie. Otro final feliz para una década rebosante de felicidad. Eso sí, la culpa del de la barba, por si cuela.

Fin del capítulo I