04 julio 2012

VOY A DAR UNA CENA

Corrían los Felices Años Diez y había quienes creían que dando una cena iban a ser los reyes del mambo, la gente más importante del lugar y que su cena sería recordada por los siglos de los siglos. Bueno, quizás no fuesen esas sus pretensiones reales, pero seguramente estuviesen más cerca de esto que de una cenita aburrida, otra cenita más, simplemente una cenita... Porque, si te pones a dar una cena al menos habrá que esmerarse.

Corrían los Felices Años Diez y había quienes confundían ser el más guay con ser selectivo e invitar a las cenas sólo a gente selecta, bien miradas las invitaciones, no fuese que se les fuese a colar algún indeseado que le echasen a perder todos sus minuciosos preparativos. Así, la gente selecta se sentirían especial de ser invitados y los otros simplemente unos pringados por no estar invitados, pensando el por qué de esa exclusión y que podrían hacer para acudir al siguiente evento digno de dioses, o cuasidioses, mientras se lamentaban de ello.

Corrían los Felices Años Diez y los cánticos populares seguían siendo sabios. Uno de ellos, que aunque no era de esa época aún se seguía escuchando, versaba así:

Llegamos a fiesta,
sin estar invitados.
Llegamos a la fiesta,
todos muy maqueados.

Nos comimos tu comida,
nos bebimos su bebida.
Metimos manos a las chicas.

Llegamos a fiesta,
sin estar invitados.
Llegamos a la fiesta,
todos muy bien peinados.

Y nos emborrachamos,
todos nos colocamos.
Metimos mano a las chicas.

Voy a dar una fiesta,
y no os voy a invitar.
Pero quiero que vengáis,
y que entréis por la cara.

Que os comáis mi comida,
que os bebáis mi bebida.
Y metáis mano a las chicas.

Voy a dar una fiesta.
Voy a dar una fiesta.
Pero no estás invitado.

Corrían los Felices Años Diez y quizás las canciones no dijesen toda la verdad y el saber popular y ancestral de los cánticos no se cumpliese en todas las ocasiones, pues aunque se celebrase la cena no nos queríamos colar, no nos apetecía ir, nos considerábamos afortunados de estar haciendo cualquier cosa, e incluso nada, a estar allí. Aún si fuese una cena como la de la imagen seguramente nos hubiésemos planteado el colarnos, pero no lo era...

Corrían los Felices Años Diez y, como todas las épocas de la historia, también tenían su parte oscura.

01 abril 2012

QUIERO SER COMO TÚ


Hubo un tiempo en que, como casi todo el mundo alguna vez, teníamos mascota. Se llamaba Como tú. No es que tuviese tu mismo nombre, es que se llamaba COMO TÚ y era cochinilla. No es que fuese un poco guarra, es que era una cochinilla de la humedad.

Los perros son fieles; ladran y muerden, a veces a quien deben morder y otras no tanto. Los gatos son zalameros, hacen compañía y se te suben encima en cuanto pueden, llenándote de pelos. Como tú no era así. La verdad es que como mascota, a primera vista, no era un gran qué. Su principal virtud residía en que, pese a su nombre, era un bicho bastante limpio y un fantástico observador. Porque aunque no supiésemos mucho acerca de su forma de pensar, en cuanto bicho, tenía sus propios medios para percibir las cosas y algo le parecería todo aquello que sucedía a su alrededor. Tendría su manera cochinil de entender el mundo.

Para ser sincero, Como tú no estuvo mucho tiempo entre nosotros. En realidad, una sola noche. Pero, ¡qué noche! Una de esas de las de no soltar el vaso y partirte el pecho de la risa. Una de esas de reírte y no parar de reir, sin saber de un modo muy preciso de qué cojones te estás riendo.  Otros tiempos en los que éramos mucho más de risa fácil y era también algo más simple encontrarle la gracia a las cosas. En ese breve lapso de tiempo, Como tú conoció a unos cuantos, admirada por unos y mirada con cierto estupor y repugnancia por otros; un poco como es la vida. Bailó como loca y hasta de atrevió con una Harley. Una sola noche pero, ¡qué noche!

Como todo casi todo lo bueno, aquello no duró eternamente y antes de que empezará a amanecer, Como tú salió de nuestras vidas para no regresar nunca.

En aquella tarde de los felices diez, una tarde de tantas, de esas de estar fumando uno detrás de otro mientras miras por la ventana sin fijar tu atención en ningún aspecto concreto, una de esas de darle vueltas a todo sin llegar a ninguna conclusión razonable que te deje tranquilo, me dio por preguntarme qué pensaría Como tú de todo esto. Porque a veces, demasiada información y demasiados datos definitivamente no ayudan y todas las cosas que te cuentan o te han contado no hacen más que llevarte a engaño y generarte confusión. Quiero decir: lo que te viene bien, bueno es y lo que te viene mal, por mucha moto que te quieran vender acerca de que es la solución para todas las cosas, pues igual te va a joder y mejor estar atento y negarse tajantemente. Lo bueno, a intentar que siga y de lo malo, mejor ni hablamos. Mucho mejor quedarse con una visión cochinil de las cosas, que saber mucho gracias a los rollos que te intentan meter en la sesera y acabar jodido.

Y si una cochinilla era capaz de enseñarte todo eso sin decir esta boca es mía, ¿para qué cojones hacía falta Presidente del Gobierno?

25 marzo 2012

ERASE UN HOMBRE A UNA BANQUETA PEGADA

Una vez leí que dios protegía a los borrachos. Esa frase se me quedó y con el tiempo he ido descubriendo que es una de las verdades más grandes del mundo, una de esas cosas que, aunque jamás se comprobarán científicamente ni teológicamente, no dejará de ser una realidad. Por supuesto, en los felices años diez esto seguía siendo una realidad. Daba igual llamarlo dios, ángel de la guarda, fantasmas, suerte o cualquier otra denominación parecida y/o similar, pero lo cierto era que algo protegía a los borrachos.
Y esa tarde no iba a ser menos que otras veces, y aunque al día siguiente fuese festivo en algunas comunidades autónomas, el ser o presencia o dios que protegía a los borrachos, estaba alerta y no iba a dejarse llevar por la ociosidad de la víspera de festivo para muchos.

Nuestro hombre en cuestión apareció en el bar, que al final es donde van todos los borrachos, y tras sus modorreras de costumbre, que a nadie le interesan, y tras sus intentos de conseguir algo totalmente inalcanzable para él, su cuerpo solamente le pedía una cosa: descanso. Así que optó por retirarse a una parte aislada de la barra donde nadie le molestase y acomodándose en una de las banquetas para llevar a cabo el ritual del reposo del guerrero, sus ojos se fueron cerrando a la par que el hielo de su copa se iba derritiendo. Y en el fondo todo esto era una suerte, porque tanto él no incrementaría el alcohol ingerido, su cuerpo descansaría, o más o menos, y el resto de los allí presentes no tendrían que aguantar sus modorreras incomprensibles con la lengua de medio trapo que ya traía.

Y de pronto empezó el vaivén. Sin que nadie se lo esperase, su cuerpo empezaba a bascular para atrás y cuando la tragedia ya era más que evidente sucedía el milagro en forma de cabezada que, incomprensiblemente, devolvía al individuo a su posición de sentado, todo ello sin que se despertara. Y este milagro no se produjo una sola vez, sino que fueron varias y en todas recobraba su equilibrio...

La moraleja de todo esto seguía siendo que dios seguía protegiendo a los borrachos, aunque no todos se mereciesen dicha protección, principalmente por cansinos. Así, nuestro individuo, no acabó con los riñones en el suelo, pese que algunos acabasen con un inmenso dolor de cabeza, consecuencia de sus desvaríos y mojarreos.

Y como eran los felices años diez, todos los allí presentes eran conscientes de que escenas similares se iban a repetir, que esta no era la primera ni sería la última vez que se presenciasen. Y por supuesto, dios estaría allí, velando por los borrachos.

11 marzo 2012

SOLO NOS FALTABAN DOLORES

Cada cual, quien más y quien menos, tiene sus historias
mentales: si lo hago bien o mal, si me quiere o no me quiere, si puedo o no.
Con eso y con poco más uno es más que autosuficiente a la hora de amargarse el
día. Pero cuando eso no basta, siempre hay alguien dispuesto a echarte una mano.
Habíamos comenzado la década con el firme propósito que
aquellos fuesen tiempos felices, pero, sin saber cómo ni cuándo había empezado
a torcerse el asunto, un ánimo gris se había ido instalando en el aire.
Todo lo
que parecía tan fácil una Nochevieja con una copa en la mano, parecía ahora
esfumarse. Y andaba yo conduciendo y pensando (todavía a nadie se le había
ocurrido la brillante idea de prohibir pensar mientras conduces) en cómo
habíamos dado caído en esa atmósfera enrarecida y turbia, y en cómo diablos se
salía de ella, cuando caí en la cuenta. ¡Dolores!
Cada domingo de vuelta a la Gran Ciudad, con la mente
ocupada en esta y otras cosas, la voz de Dolores que transportaba a través de
las ondas en tono mesiánico su dolorosa solución para aquella también grande
nación.
Que si habíamos llegado a tan penosa situación por la excesiva alegría
de otros
, que si, ya se sabe, la herida con sal jode, pero cura. Bajo una
apariencia de señora muy fina y muy seria, vamos, una señora, señora de las de
toda la vida, Dolores te soltaba unas premoniciones tan negras que llegabas a
casa con una mala digestión.
Aquel día Dolores la había tomado con los protestones. No andaban
los tiempos para quejarse. Si te pagan menos, ajo y agua. Si te ponen al filo
del precipicio y te dan para ver si saltas, sacrificio necesario. Que te cortaban
la luz y el agua, culpa de otros y a mí no me digas.
Dolores era muy fina pero nos
estaba taladrando bien la tía.
Así que en aquella tarde, por primera y última vez, decidí
hacer caso de lo que tan respetable señora me estaba diciendo. Nada de
quejarme, apagué la radio y ¡¡qué te den, Dolores!!