Tierra llamando a Marte. Si algún marciano tiene previsto viajar a la Campiña Alta este fin de semana, es mejor que se abstenga. No bromeamos. Las autoridades competentes han anunciado que los geranios de mi vecina, en otros días objeto de admiración de todo visitante, pueden llegar a convertirse en pocos segundos en poderosas armas de destrucción masiva. Las ráfagas de viento pueden tornar sus tallos en peligrosos proyectiles y sus aparentemente inofensivas hojas en pequeñas guillotinas. ¡¡¡Por no hablar de las temibles bellotas perdidas!!! Todo se debe a un insólito fenómeno meteorológico, la ciclogénesis explosiva, también conocida como tormenta perfecta. Como lo oyen. En pocas horas cualquier viandante puede terminar como aquellas pobres personas de aquella superproducción hollywoodiense, ahogados en el fondo de un hasta ahora inofensivo charco.
Así nos las gastábamos en los felices diez: nada de resfriados ¡¡¡PANDEMIAS DE GRIPE!!!; nada de viento ¡¡¡ BOMBAS METEOROLÓGICAS!!!; cada mes, el mes más lluvioso de los últimos dos meses; cada día, el más caluroso desde la última vez que hizo calor; a cada instante una nueva amenaza global se cernía sobre nosotros.
Afortunadamente, a esas alturas todos nos habíamos percatado del asunto y etiquetábamos estas extrañas profecías en una de dos categorías: maniobras de los que manejan el cotarro con el fin de distraer la atención del sufrido ciudadano de sus verdaderos problemas, producto de su incompetencia; y argucias de los medios de comunicación para acaparar audiencia y poder hacer más negocio con la publicidad de compresas para las pérdidas de orina.
Así que aquella tarde decidimos mirar nuestro destino de frente y salimos a la calle a pesar de las advertencias sobre el enésimo apocalipsis. Por eso éramos felices, tan felices como cualquiera que ya no hace demasiado caso de lo que le dicen.