29 abril 2010

SOY JOVEN, LA PRENSA LO DICE


No había acabado el primer trimestre de los felices años diez y ya volvía a figurar en la prensa. Al menos el periódico era distinto al de otras veces, pero hay volvía a estar mi foto impresa en una de sus hojas, formando parte de la actualidad del día anterior, y eso que no soy persona pública ni popular. Y si aparezco de espaldas es porque así lo quise yo (la fotógrafa quería hacerla del otro lado) pero bueno, creo que se me reconoce bastante bien.

Y corrían los felices años diez y aunque en esa época yo ya no era una adolescente ahí estaba, como el prototipo de persona joven que solicitaba cursos en el Centro Joven de mi ciudad. Y es que en los felices años diez no sólo era joven de espíritu, ni joven de mentalidad, sino que tenía un carnet que así lo decía (que seguía siendo joven) y ahora en el píe de foto también figuraba que era joven, algo que quedaría para la posteridad.

Qué más da que yo no tuviese la edad para ser el prototipo de persona joven que podría existir en los felices años diez, es decir el típico adolescente. Qué más da que muchas personas de mi edad ya eran respetables (o no) padres y madres de familia. Qué más da que yo no me comportase con los patrones de ser joven o dejar de ser joven que marcaba la sociedad... Simplemente yo era joven en los felices años diez y lo que opinase la gente al ver mi edad en la parte posterior del DNI no me importaba nada, era algo que realmente no iba conmigo. Simplemente así eran los felices años diez.

fuente: Nueva Alcarria (21 de abril del 2010). La foto está tomada de una fotocopia del original, pues no disponía de la cámara de fotos en el momento que tuve el periódico en mis manos.

21 abril 2010

CARNE EN BARRA


A veces la felicidad mata. Un ejemplo, el payasito de las hamburguesas. Siempre contento y dando saltitos, siempre haciendo el gilipollas. Se pasea por las calles de todo el planeta sin perder por un instante la sonrisa. A nadie le gusta, a los niños les da miedo. A nadie le hace gracia y posiblemente huele mal, porque no se cambia de ropa el muy capullo. Pero ese payasito nunca deja de sonreír porque sabe perfectamente, que tarde o temprano acabará dándote por culo. Está completamente convencido de que antes o después terminarás saboreando su carne en barra.

En aquellos días ya conocíamos los efectos devastadores de la globalización económica. Sabíamos de las marcas que con artes mafiosas, colonizaban una manzana y obligaban a un pequeño restaurador a abandonar el negocio que había sido de su familia durante tres generaciones. Todos habíamos escuchado aquella leyenda urbana acerca de la niña que fue al dentista porque le dolía una muela y de cómo habían encontrado clavada en su encía la uña de una rata. También habíamos hablado de aquella película en que un tipo sobrevivía durante un mes a golpe de comida basura y terminaba al borde de la muerte.

Yo había vivido alguna de esas experiencias en primera persona. Nada del otro jueves. Una de las siervas del payaso que perdía un chicle en la freidora. Otra anfetamínica dependienta en Ibiza que estaba bizca de puesta que iba y se comía los mocos mientras esperaba mi bendita MacMierda.

Que yo era poco escrupuloso era cierto pero, remilgos al margen, el puto payaso tenía todas las cartas para ganar la partida. Me di cuenta una tarde haciendo una visita en el Hospital La Paz de Madrid. Me había dejado caer para conocer al nuevo hijo de un viejo amigo y al intentar comer algo, allí estaba. No quedaba forma de hincarle el diente a nada distinto a aquella puñetera carne plástico. Una idea gloriosa. Un restaurante de comida rápida a la puerta del mayor hospital de la ciudad. Mirando el asunto desde otro ángulo, tal vez tenía su lógica. Tal vez fuese necesario un hospital a la puerta de cada uno de aquellos surtidores de grasas trans.

Lo dicho, a veces la felicidad mata. Si nadie lo evitaba la década de los diez sería la del final de las gallinejas, de los callos con garbanzos y la morcilla. Nuestros hijos terminarían siendo los hijos del MALDITO PAYASO.

14 abril 2010

CAMBIO ARMANI POR UNA MORTADELA


Milán, abril de 2010. Climatología incierta. Es cierto mucho de lo que dicen, que es una Italia menos italiana de lo habitual. Las mortadelas gigantes de los escaparates habían sido suplantadas por los desvaríos estéticos de un puñado de horteras. No había vespas. Nadie gritaba. Habla en italiano y me respondían en inglés. ¿De dónde demonios pensaban que había salido?

Creo que sabíamos de dónde veníamos, pero ninguno de nosotros tenía muy claro hacia donde se dirigía. Sucedía muy a menudo, en los momentos de confusión me daba por comprar billetes de avión. Una ciudad y luego otra. pasa a veces que no te encuentras y que te vas a buscarte en un lugar en el que nunca has estado y al que tal vez no regresarás jamás. Caminas y caminas. Entras y sales de sitios. A veces te ríes y otras te hierve la sangre porque ya no soportas a nadie y quieres volver a casa. Y entre cerveza y cerveza, llega un instante en el que reconoces algo de ti mismo de lo que sin darte cuenta te habías olvidado. Y al hacer la maleta antes de ir de nuevo al aeropuerto, resulta que llevas muchas más cosas pero incomprensiblemente te sientes mucho, mucho más ligero.

Eran los felices diez y a nadie le importaba qué demonios habíamos hecho en Milán. Y esa sensación de libertad, la ausencia de la necesidad de explicar nada a nadie, me gustaba.