El futuro,nos gustaba más en el pasado. Nuestro aparatoso televisor,incluso en blanco y negro, había permitido que un ejército de mocosos asomáramos nuestras cabecitas locas al espacio sideral, nos hacía vivir trepidantes batallas intergalácticas, que a mí, personalmente me encantaban. En el peor de los casos, si el futuro nos deparaba una invasión de reptiles depredadores, no había de qué preocuparse. Vendrían, sí,dispuestas a engullirnos, pero esmeradamente camuflados de atractivas señoritas
con cara de tener bastante mundo y bien ceñidas en sus sexys uniformes de cuero rojo. Viajes a la luna, naves espaciales, la cura para todas las enfermedades, la Paz Mundial.
con cara de tener bastante mundo y bien ceñidas en sus sexys uniformes de cuero rojo. Viajes a la luna, naves espaciales, la cura para todas las enfermedades, la Paz Mundial.
En eso y en mucho más, había consistido el futuro. Ahora que ese futuro, ya no era futuro, era presente, el futuro había dejado de tener la misma gracia.
Dinero de plástico. Al parecer, ese era el mayor avance que habíamos sido capaces de alcanzar en las últimas décadas. Habíamos generado una especie de chapuza colosal, que amenazaba con convertirnos en esclavos o víctimas de un sistema, que nadie había elegido y que aparentaba haber surgido, de la noche a la mañana, de la nada.
Así que aquellos, que no teníamos muchas ganas de elegir que nos jodiesen, empezamos a cavilar. ¿Dónde estaba el responsable del final de nuestra vida extraterrestre? Y lo que era aún más importante, ¿qué podíamos hacer para que los felices diez, dejasen de dar miedo y continuasen siendo felices?
(Continuará)
(O ayúdanos a continuar, si lo prefieres)