22 marzo 2014

¡TANTA FELICIDAD QUE NO ME CABE EN EL PECHO!

Los felices diez estaban resultando una época tan feliz que durante más de un año no habíamos sido capaces de elegir un momento feliz entre tanta felicidad para seguir con nuestro feliz relato de la década. Más de un año perplejos ante una pantalla en blanco. Más de un año viendo parpadear el cursor a la espera de la siguiente palabra. Más de un año sin palabras, añadiría.

Pero había llegado el momento. Aquella mañana desbordados por tanta alegría, miles de personas marchaban hacia la capital para mostrarle al mundo con la mejor de sus sonrisas que eran tan, tan felices que no podían aguantar ni un minuto más sin gritar al cielo y a los que manejan el cotarro, “¡Mira tío, qué feliz soy! ¡Tanta felicidad que no me cabe en el pecho!”.
Que importará no tener dinero ni forma de conseguirlo si el dinero no lo es todo.
Qué más da no encender la calefacción si lo importante, ya se sabe, es el calor humano y ese, de momento, mi compañía eléctrica no ha encontrado la manera de cortarlo.
Para queremos medicinas si la vida son dos días.
Para qué libros que leer si la mejor escuela dicen que es la calle.
Para qué ropa nueva y comida cuando hay tanto que se tira. (De esto habla por la tele un tipo bastante gordo, creo que es Ministro, así que debe ser cierto).

Todo esto y mucho más, toda esta euforia era la que una cadena inmensa de gente, procedente de aquí y de allá, de todas partes, venía a compartir con todo aquel que quisiese escuchar aquella mañana. Todo esto o tal vez no. Tal vez otra cosa. Pero eso, al fin y al cabo, qué más daba. Qué importancia tenía si habíamos encontrado al fin la forma de plasmar sin muchas más pretensiones aquello que rondaba nuestra cabeza desde hacía más de un año. En dos palabras,
¡Vaya tela!

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