Corrían los Felices Años Diez y había quienes confundían ser el más guay con ser selectivo e invitar a las cenas sólo a gente selecta, bien miradas las invitaciones, no fuese que se les fuese a colar algún indeseado que le echasen a perder todos sus minuciosos preparativos. Así, la gente selecta se sentirían especial de ser invitados y los otros simplemente unos pringados por no estar invitados, pensando el por qué de esa exclusión y que podrían hacer para acudir al siguiente evento digno de dioses, o cuasidioses, mientras se lamentaban de ello.
Corrían los Felices Años Diez y los cánticos populares seguían siendo sabios. Uno de ellos, que aunque no era de esa época aún se seguía escuchando, versaba así:
Llegamos a fiesta,
sin estar invitados.
Llegamos a la fiesta,
todos muy maqueados.
Nos comimos tu comida,
nos bebimos su bebida.
Metimos manos a las chicas.
Llegamos a fiesta,
sin estar invitados.
Llegamos a la fiesta,
todos muy bien peinados.
Y nos emborrachamos,
todos nos colocamos.
Metimos mano a las chicas.
Voy a dar una fiesta,
y no os voy a invitar.
Pero quiero que vengáis,
y que entréis por la cara.
Que os comáis mi comida,
que os bebáis mi bebida.
Y metáis mano a las chicas.
Voy a dar una fiesta.
Voy a dar una fiesta.
Pero no estás invitado.
Corrían los Felices Años Diez y quizás las canciones no dijesen toda la verdad y el saber popular y ancestral de los cánticos no se cumpliese en todas las ocasiones, pues aunque se celebrase la cena no nos queríamos colar, no nos apetecía ir, nos considerábamos afortunados de estar haciendo cualquier cosa, e incluso nada, a estar allí. Aún si fuese una cena como la de la imagen seguramente nos hubiésemos planteado el colarnos, pero no lo era...
Corrían los Felices Años Diez y, como todas las épocas de la historia, también tenían su parte oscura.