25 marzo 2012

ERASE UN HOMBRE A UNA BANQUETA PEGADA

Una vez leí que dios protegía a los borrachos. Esa frase se me quedó y con el tiempo he ido descubriendo que es una de las verdades más grandes del mundo, una de esas cosas que, aunque jamás se comprobarán científicamente ni teológicamente, no dejará de ser una realidad. Por supuesto, en los felices años diez esto seguía siendo una realidad. Daba igual llamarlo dios, ángel de la guarda, fantasmas, suerte o cualquier otra denominación parecida y/o similar, pero lo cierto era que algo protegía a los borrachos.
Y esa tarde no iba a ser menos que otras veces, y aunque al día siguiente fuese festivo en algunas comunidades autónomas, el ser o presencia o dios que protegía a los borrachos, estaba alerta y no iba a dejarse llevar por la ociosidad de la víspera de festivo para muchos.

Nuestro hombre en cuestión apareció en el bar, que al final es donde van todos los borrachos, y tras sus modorreras de costumbre, que a nadie le interesan, y tras sus intentos de conseguir algo totalmente inalcanzable para él, su cuerpo solamente le pedía una cosa: descanso. Así que optó por retirarse a una parte aislada de la barra donde nadie le molestase y acomodándose en una de las banquetas para llevar a cabo el ritual del reposo del guerrero, sus ojos se fueron cerrando a la par que el hielo de su copa se iba derritiendo. Y en el fondo todo esto era una suerte, porque tanto él no incrementaría el alcohol ingerido, su cuerpo descansaría, o más o menos, y el resto de los allí presentes no tendrían que aguantar sus modorreras incomprensibles con la lengua de medio trapo que ya traía.

Y de pronto empezó el vaivén. Sin que nadie se lo esperase, su cuerpo empezaba a bascular para atrás y cuando la tragedia ya era más que evidente sucedía el milagro en forma de cabezada que, incomprensiblemente, devolvía al individuo a su posición de sentado, todo ello sin que se despertara. Y este milagro no se produjo una sola vez, sino que fueron varias y en todas recobraba su equilibrio...

La moraleja de todo esto seguía siendo que dios seguía protegiendo a los borrachos, aunque no todos se mereciesen dicha protección, principalmente por cansinos. Así, nuestro individuo, no acabó con los riñones en el suelo, pese que algunos acabasen con un inmenso dolor de cabeza, consecuencia de sus desvaríos y mojarreos.

Y como eran los felices años diez, todos los allí presentes eran conscientes de que escenas similares se iban a repetir, que esta no era la primera ni sería la última vez que se presenciasen. Y por supuesto, dios estaría allí, velando por los borrachos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Impresionante lo del vaivén... capta a la perfección el conflicto interno del personaje principal... ¿Vencerán sus principios o sus bajos instintos? ¿Caerá para delante o para atrás? ¿Soltará el vaso o se aferrará a él en un intento desesperado por permanecer atado a la vida? Eso si, aceptamos pulpo como animal de compañía, pero la borracho como persona humana... no sé yo...

Los Felices Años 10 dijo...

No sé si califarlo como persona o como el eslabón perdido, a cuya existencia se le imputan multitud de definiciones, pero ninguna sabe si catalogarlo más humano, más animal o más otra cosa... Este es un caso similar.
De lo que no hay duda es que habrá que esperar a una siguiente entrega para resolver las dudas de un borracho vs la ley de la gravedad y sus consecuencias. Y seguramente no habrá que esperar mucho... Lo que ya es más difícil es que estemos presentes en el momento exacto, porque muy probable es pero hay multitud de momentos...
Saludos.